La vulneración de los derechos humanos es moneda corriente en los territorios palestinos ocupados.
Las autoridades israelíes llevan adelante un régimen de apartheid, cuyo muro de segregación de 721 km de longitud es solo su rasgo físico más evidente.
Estos bloques de concreto, alambrados y barreras - con sus consecuentes puestos de control, sistemas de vigilancia y tecnologías de control-, impiden diariamente el movimiento de millones de personas que necesitan ir a trabajar, visitar a sus familiares o amigos, atenderse en un hospital o acudir a la escuela o la universidad.
Los palestinos están sometidos a la ley militar y, a través de las detenciones administrativas, son encarcelados también niños y adolescentes.
Millones de refugiados que viven en los campamentos reclaman sus tierras, hogares y pertenencias que les fueron arrebatados hace 75 años.
La matanza indiscriminada de personas, el desalojo y desplazamiento forzoso, la demolición de hogares, los castigos colectivos, la represión cotidiana, el cierre de espacios, calles y negocios, son algunas de las violaciones sistemáticas que transforman la vida diaria de los palestinos en una tortura.
Aun así, la sociedad palestina, haciéndolo carne en la cotidianeidad, pone en práctica su propio lema: “Existir es resistir”.

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